La doble moral en Chile: Percepción social de las escorts

La doble moral en Chile

Chile es un país de contrastes, y no solo por sus paisajes que van desde el desierto de Atacama hasta los hielos de la Patagonia. También lo es por la forma en que la sociedad mira ciertos temas, como el trabajo sexual. Hablar de escorts en este rincón del mundo es abrir una caja de Pandora: todos tienen una opinión, pero pocos se atreven a decirla en voz alta. Y es que aquí, entre el mate en la mañana y el pisco sour en la noche, se teje una doble moral que envuelve a las escorts en punta arenas y a tantas otras que ejercen este oficio en las ciudades más remotas o céntricas del país.

La prostitución en Chile no es ilegal, siempre y cuando se haga en privado y entre adultos. Así lo establece el marco legal, que no castiga a quienes venden servicios sexuales, pero sí prohíbe los burdeles y cualquier forma de explotación o proxenetismo. Sin embargo, la percepción social no camina de la mano con esta claridad jurídica. En la calle, en las oficinas y hasta en las sobremesas familiares, el tema despierta cejas alzadas, susurros y juicios rápidos. ¿Por qué? Porque en un país donde la Iglesia aún tiene eco y las tradiciones pesan como anclas, lo que se dice en público no siempre refleja lo que se piensa en privado.

No se trata de señalar con el dedo, sino de entender por qué las escorts coyhaique, por ejemplo, pueden ser un secreto a voces en una ciudad pequeña, mientras la sociedad se tapa los ojos y finge que no existen. Vamos a hablar de cómo se percibe este oficio, qué dice la ley, qué opinan las personas y cómo el machismo y la hipocresía juegan sus cartas en esta partida.

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La legalidad: un terreno gris que no termina de aclararse

El Código Penal chileno no prohíbe la prostitución como tal. Si una persona adulta decide ofrecer servicios sexuales a cambio de dinero en un espacio privado, está dentro de la ley. Pero hay un pero: el artículo 361 castiga con cárcel a quienes promuevan o faciliten la prostitución ajena, lo que incluye a los proxenetas o dueños de casas de tolerancia. Esto crea un sistema mixto, donde el trabajo sexual es tolerado, pero no regulado ni protegido como en países como Alemania o Nueva Zelanda.

El Ministerio de Justicia ha dejado claro en sus publicaciones que el enfoque está en combatir la trata de personas y la explotación, más que en perseguir a quienes ejercen el oficio por decisión propia. Sin embargo, la falta de una legislación específica deja a las trabajadoras sexuales en una especie de limbo. No tienen derechos laborales, no cotizan para una pensión y, en muchos casos, enfrentan estigmas que las aíslan del resto de la sociedad.

Piensa en esto como un partido de fútbol sin árbitro: las reglas están escritas, pero nadie las hace cumplir del todo. Las escorts operan en un espacio que la ley no termina de abrazar ni de rechazar, y eso abre la puerta a interpretaciones sociales que van desde la condena absoluta hasta la aceptación silenciosa.

¿Qué piensa la gente? Entre el rechazo y la curiosidad

Hablar con chilenos sobre las escorts es como caminar por un campo minado. En una encuesta informal que realizó la Fundación Margen —una organización que defiende los derechos de las trabajadoras sexuales— en 2023, el 62% de los consultados dijo que no veía con malos ojos el trabajo sexual si era una elección libre. Pero cuando se les preguntó si aceptarían que un familiar lo ejerciera, el número se desplomó al 19%. Ahí está el nudo de la doble moral: está bien mientras no toque mi puerta.

En las ciudades más australes, como Punta Arenas, el tema se vive con una mezcla de discreción y pragmatismo. El clima frío y la sensación de aislamiento parecen alimentar una demanda que no se grita, pero que existe. En Coyhaique, con su aire de pueblo grande, pasa algo parecido: todos saben quiénes son, dónde están, pero nadie lo menciona en la fila del supermercado. Es un pacto tácito, una cortina de humo que cubre lo que muchos prefieren ignorar.

Las redes sociales, como X, también son un termómetro de estas percepciones. Aunque no hay datos oficiales actualizados al minuto, los comentarios en plataformas digitales muestran una tendencia: los hombres suelen ser más abiertos a hablar del tema, incluso con un tono de broma o curiosidad, mientras que las mujeres tienden a ser más críticas, vinculándolo al machismo o la desigualdad.

El machismo como telón de fondo

No se puede hablar de escorts en Chile sin meter al machismo en la conversación. Este país, que ha avanzado en temas como el aborto en tres causales y el matrimonio igualitario, sigue arrastrando una herencia patriarcal que marca las reglas del juego. Los clientes de las escorts —en su mayoría hombres— rara vez son juzgados con la misma dureza que las trabajadoras. Es como si la sociedad dijera: “Ellos solo buscan diversión, ellas son el problema”.

Un estudio del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) sobre roles de género en 2022 mostró que el 47% de los chilenos aún cree que el hombre debe ser el proveedor principal de la familia. Esa mentalidad se cuela en cómo se ve a las escorts: si una mujer “se sale del guion” y decide ganar dinero con su cuerpo, se la señala como inmoral, mientras que al hombre que paga se le da un pase libre.

La antropóloga chilena Sonia Montecino lo puso en palabras claras en una entrevista para El Mostrador en 2023: “En Chile, la sexualidad femenina sigue siendo un terreno controlado. Si una mujer la usa a su favor, rompe el orden, y eso incomoda”. Las escorts, entonces, no solo desafían las normas económicas, sino también las expectativas de lo que una “mujer decente” debería ser.

Una mirada a los números: ¿qué tan grande es este mundo?

Ponerle cifras al trabajo sexual en Chile es como tratar de contar las estrellas en una noche nublada: hay datos, pero no siempre son precisos. Según estimaciones de la Fundación Margen, podrían haber más de 60 mil trabajadoras sexuales en el país, aunque el número real podría ser mayor por la informalidad del oficio. En regiones como Magallanes o Aysén, la presencia de escorts es más difícil de cuantificar, pero las plataformas digitales —como avisos en sitios especializados— dan pistas de una oferta que no para de crecer.

RegiónEstimación de trabajadoras sexuales (2023)Principal desafío social
Metropolitana25,000 - 30,000Estigma y violencia
Valparaíso5,000 - 7,000Falta de acceso a salud
Magallanes1,000 - 2,000Discreción y aislamiento
Aysén500 - 1,000Visibilidad y rechazo

Estos números, basados en reportes de organizaciones no gubernamentales, muestran que el fenómeno no es exclusivo de las grandes urbes. En lugares más pequeños, la percepción social se tiñe de rumores y secretismo, lo que hace que las escorts vivan entre sombras.

Voces desde el terreno: lo que dicen las protagonistas

Hablar con una escort es romper el hielo de los prejuicios. En un reportaje de BioBioChile de 2020, una trabajadora sexual de Santiago explicó: “No me avergüenzo de lo que hago, pero sé que si mi vecino se entera, me va a mirar distinto”. Esa frase resume el peso del estigma. Muchas de ellas eligen este camino por necesidad económica, otras por flexibilidad, y algunas porque les gusta. Pero todas coinciden en algo: la sociedad las acepta solo mientras puedan fingir que no existen.

El rol de la tecnología: un cambio de juego

Internet ha revolucionado el trabajo sexual en Chile, y no es exageración decir que ha sacado a las escorts de las esquinas y las ha puesto en las pantallas. Sitios web y aplicaciones han dado una nueva cara al oficio, permitiendo a las trabajadoras manejar sus propios horarios, elegir clientes y, en teoría, trabajar con más seguridad. Pero también ha amplificado el escrutinio: lo que antes era un rumor de barrio ahora es un perfil público que cualquiera puede ver.

El Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género (SernamEG) ha alertado sobre el aumento de la trata online, un lado oscuro que aprovecha esta digitalización. Sin embargo, para muchas escorts, la tecnología es una herramienta de empoderamiento, una forma de tomar el control en un mundo que suele quitárselo.

La hipocresía en el espejo

Chile se enorgullece de ser un país progresista en algunos aspectos, pero cuando se trata de las escorts, el espejo devuelve una imagen menos flattering. La misma sociedad que aplaude la libertad individual se escandaliza si esa libertad incluye vender sexo. Los mismos que defienden la autonomía del cuerpo femenino critican a quienes la ejercen de manera poco convencional.

Esa contradicción no es nueva ni exclusiva de Chile, pero aquí tiene un sabor particular. Es la mezcla de un pasado conservador con un presente que quiere ser moderno, un choque entre lo que se dice y lo que se hace. Las escorts, al final, no son el problema; son el reflejo de una sociedad que aún no sabe mirarse de frente.

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Juan Carlos Letelier

Formación en Ciencias de la Comunicación con especialidad en Periodismo en la Universidad Viña del Mar. Redactor web del semanario Chile en Línea. Experiencia como periodista y creador de contenidos para medios digitales. Especial interés en temas de turismo, cultura y viajes

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